MEDIDAS
103 cm X 134,5 cm
TÉCNICA
Óleo sobre tabla
MEDIDAS
103 cm X 134,5 cm
TÉCNICA
Óleo sobre tabla
Frans Francken el Joven (Amberes, 1581 – 6 de mayo de 1642), también conocido como Frans Francken de Jongere, fue un pintor flamenco barroco y el miembro más conocido de la gran familia de artistas Francken. Ha desempeñado un papel importante en el desarrollo del arte flamenco en la primera mitad del siglo XVII a través de sus innovaciones en la pintura de género y la introducción de nuevos temas.
Sus pinturas son generalmente de un tamaño pequeño y hay un número bastante grande en colecciones en el continente europeo. Muchas de sus obras son relatos o obras con temas alegóricos o bíblicos con énfasis en la figura humana. Añadió nuevos temas a la pintura flamenca, tales como genes poblados de monos y pinturas de galerías, también llamadas pinturas de artroom que mostraban la riqueza del propietario a través de tesoros naturales o artísticos contra un muro neutral.
En su estilo, Francken mostró algo más de libertad, perdió poco del estilo seco de sus predecesores. En su vida posterior, también pintó grandes piezas de altar.
Frans Francken el Joven nació en Amberes como hijo de Frans Francken el Viejo y Elisabeth Mertens. Su padre fue alumno del pintor de historia de Amberes Frans Floris y uno de los creadores más importantes de piezas de altar de su época en Flandes. Frans Francken el Joven entrenó con su padre Frans el Viejo. Él, junto con su hermano Jerónimo Francken II, también puede haber recibido formación adicional con su tío Hieronymus Francken I en París.
Frans Francken el Joven probablemente trabajó por primera vez en el taller familiar antes de convertirse en maestro independiente en el Gremio de San Lucas de Antuérpia en 1605. Fue diácono del Gremio en 1616. El talento de Francken fue reconocido desde temprana edad. Se convirtió en un artista muy exitoso y operó un gran taller que hizo muchas copias de sus composiciones originales. Ya en 1607 fue capaz de comprar una casa en el centro de la ciudad donde estableció su residencia y taller.
El 8 de noviembre de 1607 Francken se casó con Elisabeth Plaquet ‘con el permiso especial del obispo’. Esto puede haber tenido algo que ver con el hecho de que su hijo primogénito nació antes de finales de 1607. El hijo recibió el mismo nombre que su padre y abuelo. Él sería conocido como Frans III y se ganó más tarde como un pintor el apodo de Rubens Francken (Rubensian Francken). Otros tres chicos y cinco chicas nacieron en la pareja Francken. Uno de ellos, Hieronymus, también se convertiría en pintor.
Entre los alumnos de Frans Francken el Joven figuraban Daniel Hagens (1616/17), el Monogrammista N.F., su hermano Hieronymus II y su hijo Frans III.
Frans Francken el Joven fue un artista versátil que practicó en muchos géneros e introdujo nuevos temas en el arte flamenco. Muchas de sus obras son pequeñas pinturas históricas, alegóricas y bíblicas del gabinete con el foco en figuras. También inventó o popularizó varios temas nuevos que se hicieron populares en la pintura flamenca, tales como escenas de género pobladas por monos (también conocido como cantantes) y Kunstkammer o pinturas de galería que muestra una riqueza de tesoros naturales y artísticos contra un muro neutral.
Frans Francken el Joven presentó muchos otros temas inusuales que más tarde se hicieron populares, como la “Procesión Triunfal de Amphitrite” y “Croesus y Solon”. Francken también hizo una serie de pinturas que representan brujas y brujería, incluyendo retratos de sabbats de las brujas.
vez a París, pero es al año siguiente cuando se establece en la capital francesa. Se relaciona con Pablo Picasso y Joan Miró y, con la ayuda de este último, se une al grupo surrealista que lidera el poeta André Breton.
En 1929 expone en la Galería Goemans y obtiene ya un gran éxito; las originales imágenes de sus cuadros, en las que los objetos se muestran con irritante precisión, parecen adentrarse en unas profundidades psíquicas anormales y revelar un inconsciente alucinatorio y cruel.
De particular relevancia en cuanto a la evolución de su obra resulta el viaje que realizó a Italia en 1937. tras el contacto directo con los clásicos, adquirió cierto gusto por los temas religiosos y por una técnica más academicista, que durante mucho tiempo seguiría aplicando, no obstante, a lo onírico y extraño.
Pueden destacarse, entre otros muchos ejemplos, lienzos como Madonna de Port Lligat(1950, Museo Minami, Tokio), Crucifixión (1954, Museo Metropolitano, Nueva York) y La última cena (1955, National Gallery, Washington). Al mismo tiempo, el pintor producía una enorme cantidad de objetos decorativos carentes de la fuerza transgresora de sus primeras obras surrealistas
Tsuguharu Foujita, bautizado a edad madura como Léonard Foujita fue un pintor de origen japonés nacionalizado francés. El cambio de su nombre de pila se explica porque en 1959 se convirtió al Catolicismo. Se suele vincular a Foujita a la Escuela de París, aunque desarrolló un estilo personal, aplicando técnicas de pintura japonesa a temas y estilos occidentales. Fue receptivo a las influencias del impresionismo y el simbolismo.
Dio más valor a la línea que al volumen: siluetas estilizadas, sombras y relieves simplificados, y una paleta clara aplicada en capas finas.
Se graduó en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio en 1910, y en 1913 se trasladó a París. Debuta en una exposición individual en 1917, mismo año en que se casa con la modelo Fernande Barrey, con quien estuvo casado por un período breve. Participó en el Salón de Otoño de 1922, en donde tuvo un gran éxito.
En 1924, Foujita fue nombrado miembro de la Academia de Artes de Tokio, aunque no retornará a su país hasta cinco años después, con una exposición de gran éxito.
Recorrió el continente americano, visitando Cuba en 1932, invitado por Alejo Carpentier, país en el que realiza 33 dibujos y pinturas que expone en el Lyceum de La Habana. Tras su visita, se traslada a Japón, donde pinta diversos murales por encargo.
Retorna a París en 1939-40, pero vivirá la mayor parte de la II Guerra Mundial en su país. Pinta diversas obras sobre el conflicto, como El último día de Singapur (1942, Museo de Arte Moderno de Tokio).
Tras una estancia en EE.UU., en 1950 se instala nuevamente en París, adquiriendo la nacionalidad francesa. En 1959 se convierte al catolicismo, siendo bautizado con el nombre de Léonard.
En sus últimos años, decoró una capilla en Reims: la capilla Notre-Dame-de-la-Paix o capilla Foujita (comenzada en 1965, terminada en 1966).
Junto a su actividad pictórica, Foujita desarrolló una labor bastante amplia como ilustrador; así, en 1928 se publicó una edición de Les aventures du roi Pausole, de Pierre Louys, con xilografías de este artista.
El artista italiano contemporáneo Lorenzo Quinn es un escultor figurativo de vanguardia, cuyo trabajo está inspirado en maestros como Miguel Ángel, Bernini y Rodin. Su obra se ha expuesto en todo el mundo y tanto su arte monumental público como sus piezas más pequeñas e íntimas transmiten su pasión por los valores eternos y las emociones auténticas. Por lo que mejor se le conoce es por sus recreaciones expresivas de manos humanas. “Yo quería esculpir la que se considera la parte más difícil y más compleja del cuerpo humano a nivel técnico”, afirma. “La mano tiene tanto poder: el poder de amar, odiar, crear, destruir.”
Nacido el 7 de mayo de 1966 en Roma, hijo del actor mexicano-estadounidense Anthony Quinn y su segunda esposa, la diseñadora de vestuario Iolanda Addolori, Lorenzo Quinn pasó su infancia a caballo entre Italia y Estados Unidos. Su padre ejerció una profunda influencia sobre él, tanto en lo que se refiere a ser el centro de atención en el mundo del cine como a los primeros trabajos de Anthony en pintura y arquitectura.
Lorenzo Quinn estudió en la Academia Americana de Bellas Artes de Nueva York, con intención de convertirse en un pintor surrealista. Sin embargo, a los 21 años decidió que su futuro estaba en la escultura, que era un terreno que podía acomodar mejor su energía y originalidad. Recuerda con total claridad el momento de 1989 en el que sintió que había creado su primera obra de arte genuina: “Había hecho un torso a partir del dibujo de Adán de Miguel Ángel… Un trabajo artesanal…. Tuve una idea, empecé a cincelar y Eva salió del cuerpo de Adán… Había empezado como un ejercicio puramente académico, pero se había convertido en una obra de arte”.
En 1988, Quinn se casó con Giovanna Cicutto y cuando nació el primero de sus tres hijos decidió dejar Nueva York —un lugar que “pone a prueba tus valores humanos”— y establecerse en España. “Elegimos España por su carácter latino, su fervor… Por la forma en que se valora a las personas y a la familia y su gran trayectoria artística”, comenta.
En la veintena, Quinn tuvo una breve carrera como actor; trabajó, por ejemplo, al lado de su padre en Stradivarius (1989) y realizó una aclamada actuación como Salvador Dalí. Sin embargo, no disfrutaba con esa profesión y decidió concentrarse exclusivamente en la escultura.
Las ideas creativas de Quinn surgen con la rapidez de una chispa: “La inspiración llega en una milésima de segundo”, dice, ya que la observación de la energía cotidiana que llena la vida lo invade de la necesidad de esculpir. No obstante, terminar un proyecto lleva meses y tiene que tener un significado claro. Generalmente, Quinn concibe sus trabajos por escrito y el texto poético resultante se exhibe con la escultura como parte integral de la pieza, más allá de una mera explicación.
El trabajo de Quinn forma parte de muchas colecciones privadas de todo el mundo y ha sido expuesto internacionalmente durante los últimos 20 años. Entre sus encargos se halla El árbol de la vida, realizado para las Naciones Unidas y que esta organización distribuyó como sello en 1993. Al año siguiente, el Vaticano le encargó esculpir la imagen de San Antonio de la Basílica del Santo en Padua, en conmemoración del 800º aniversario del nacimiento del santo; la escultura fue bendecida por el Papa en la Plaza de San Pedro de Roma, frente a una multitud de 35.000 personas.
El arte público de Quinn incluye Encuentros, un enorme globo que encierra una mano que señala, que se dio a conocer en 2003 frente al Museo de Arte Moderno de Palma de Mallorca (España). En Birmingham, El árbol de la vida se erigió ante la iglesia de St. Martin en 2005, para conmemorar a las víctimas del bombardeo que hubo sobre la ciudad durante la Segunda Guerra Mundial. Otras de sus obras están expuestas en el King Edward Wharf —La Creación, Volare y Cruzando un Milenio— y se aprecia su tema característico de la mano, la forma humana y el círculo.
Al analizar el sistema perceptivo humano, Roman Gubern designó como pulsión icónica al impulso natural de imponer cierto orden al magma cognitivo, esto es, a reducir la realidad a símbolos compartidos. Pero paradójicamente la imagen simbólica a menudo deviene laberíntica y críptica, como ocurre en la iconografía derivada de tradiciones herméticas.
Este pugna atávica entre el impulso icónico y el anhelo de preservación del enigma se expresa de algún modo en las pinturas de Zvonimir Matich, donde fragmentos de un léxico intercultural quedan sedimentados cuál reliquias de arte rupestre sobre estratos de materia erosionada.
Impresiones de la sabana africana quedan plasmadas en forma de cebras, monos y elefantes emergiendo de superficies rugosas cuyos cuarteados remiten a las lagunas de la memoria, y cuya pátina herrumbrosa es trasunto de las mixturas entre recuerdo, sensación e imaginación.
Desdibuja los límites entre naturaleza y lenguaje, siendo a veces membranas orgánicas a modo de ondas acuáticas, flujos de savia o espirales ígneas las que se manifiestan como potencia cósmica.
En otras ocasiones, nos parece estar admirando las pinturas milenarias que decoran las cuevas de Ajanta. Poco importa si Matich visitó este u otros santuarios en sus viajes por Asia, pues lo que queda es la asimilación sensitiva y espiritual de una cadencia ancestral. Algo de la exquisita sensualidad de las vidas de Buda narradas en esas grutas indias se hace patente en la serie que Matich dedica a las culturas asiáticas, pero el relato en sí desaparece a favor de la pura impronta anímica, en un proceso de depuración en el que la figura a menudo queda engullida por la pura lava sensorial.
La serie roja pudiera evocarnos ese rojo pompeyano característico de la Villa de Boscoreale. Y así como los frescos pompeyanos, conservados de forma natural gracias a la ceniza volcánica, son la expresión de un tiempo congelado, las pinturas de Zvonimir también abren un boquete para adentrarnos en el túnel del tiempo.
El tratamiento artesanal al que Matich somete los lienzos, con esgrafiados pintados sobre capas de estuco pigmentado, es en sí una reconstrucción metafórica no sólo de los mecanismos cognitivos y los estratos de la memoria, sino también de los procedimientos antiguos de la pintura al fresco. Pero al artista no le interesa reproducir las técnicas murales sino la transformación de esas pinturas antiguas en vestigios sublimados por su condición de ruina.
Trazas de memoria compartida, inextricables de los recuerdos y vivencias personales, que dan como fruto imágenes puramente mentales. Zvonimir Matich (Zaragoza, 1959) se licenció en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, especialidad pintura.
La recreación plástica de los vestigios del pasado le sirve a Zvonimir Matich para conectar con las constantes del ritmo de la vida. Sobre los lienzos extiende estuco y luego con pigmentos y trazos se interna en las sensaciones que produce una pared mordida por el tiempo o en lo que en ella pueda haber quedado de culturas milenarias. Su investigación no es arqueológica sino que mira hacia un futuro amenazado por el excesivo uso de la tecnología y afirma los valores de lo sensible.
El minucioso trabajo artesanal no se apodera del concepto, sino que lo exalta. La figuración que pudo haber un día en lo que Zvonimir Matich nos evoca con su pintura ha recuperado la vibración armónica que la hizo posible. La belleza no es formal si no de contenidos.
41x 33 cm
Año 1939
Óleo sobre lienzo